domingo, 18 de enero de 2015

Es egoísta el amor romántico?



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 “(Yo) lo hago todo por ti y tú no haces nada por mí”, “(Yo) necesito que me cuides”, 

“(Yo) quiero que te sacrifiques por mi”, “(Yo) no quiero que te vayas”, “Siempre soy 

(yo) el que llamo”, “Siempre soy (yo) la que empiezo”, “Nunca me dices que me 

quieres” , “Si tú me dejas (yo) me muero”….

La pareja es una especie de pacto de convivencia, de construcción en común de una estructura sólida; es también un contrato económico y social, especialmente en la etapa reproductora. El papel que cumple como cohesionador social es fundamental para el mantenimiento del patriarcado, el capitalismo y las democracias, ya que de la pareja es el precedente “natural” de la familia nuclear tradicional, que es la base de todos estos sistemas de organización.
El romanticismo fue un movimiento ligado estrechamente al desarrollo de la burguesía, y por tanto ligado al individualismo y a un modo de vida ocioso con las necesidades básicas cubiertas. Es en el siglo XX cuando la clase obrera adopta la fórmula de emparejarse por amor, gracias al trabajo de las industrias culturales, que han expandido este ideal romántico por todo el planeta.

Pese a que la pareja es una práctica individualista vivida por dos personas, lo cierto es que tiene mucho sentido en un mundo concebido como el nuestro. Decía D.H Lawrence que la pareja es una especie de “egoísmo a dúo“. Nos organizamos jerárquicamente y nos deshumanizamos en las grandes ciudades, tenemos un reparto de la riqueza desigual e injusto, cunde el anonimato, las depresiones, la competitividad entre nosotr@s… en la lucha por la supervivencia, es más duro caminar solo que acompañado. Sólo que en lugar de juntarnos en pequeños grupos de ayuda mutua y funcionamiento solidario, nos limitamos a compartir penas y alegrías, placer y proyectos vitales con una sola persona.

En una sociedad  pensada en pirámide donde los de abajo soportan el peso de los que alcanzan las cimas de poder y dinero, la pareja puede ser un oasis de igualdad y de ayuda mutua enormemente valioso. No sólo para la reproducción (obviamente es más duro criar a un bebé tu sol@), sino para hacer frente al mundo. Compartir la vida en pareja supone tener cerca a alguien que te valore y te considere especial, diferenciándote así del resto. Alguien que te abrace cuando lo necesites, que te proporcione momentos de placer intenso, que te escuche cuando quieras desahogarte, que te anime en momentos de bajón emocional o psíquico…  Cuando un@ está atormentado por las dudas, por ejemplo, siempre siente menos angustia si se pueden expresar en voz alta, si podemos obtener consejo de otro, si podemos sacarlo de nuestro interior. Si te echan del trabajo, todo es más fácil si tu pareja te apoya económica y emocionalmente. Si tienes problemas familiares, tu pareja puede ser tu fuente de desahogo y a la vez un modo de desconectar de esos problemas.

Si la relación es igualitaria y equilibrada, la generosidad de uno incentivará la del otro, y viceversa. En lo que uno flojea, el otro o la otra puede cubrir esa carencia, aportar algo que el uno no tiene. Y en ese aportar se suman fuerzas y energías; por eso el saber que hay alguien con quien se puede contar incondicionalmente es consolador y reconfortante. Nos proporciona una especie de colchón, sabiendo que si yo no puedo tirar del carro, tirará el otro, al menos por un tiempo. Porque en pareja a veces nos toca dar y otras recibir; es una especie de equilibrio que siempre hay que trabajarse mucho para que no exista descompensación. Cuando solo un miembro de la pareja lleva a cabo muchas más renuncias y sacrificios en pro del otro, el equilibrio se rompe. Lo más probable es que la persona que se sacrifica y siempre cede se sienta mal porque no se le valora lo que da, o porque no recibe ni la mitad de lo que da. En ese desequilibrio surgen el rencor y los reproches, elementos perfectos para acabar con la relación erótica entre dos personas.

Lo curioso del tema es que este apoyo mutuo, esta sociedad limitada, este compartir penas y alegrías, este equipo frente al mundo, sea sólo entre dos. Si pudiésemos funcionar en pequeños grupos donde cada uno da lo que tiene y aporta lo mejor de sí, nuestra sociedad sería menos desigual e injusta, y funcionaría más por relaciones de solidaridad y cooperación que por intereses propios.

Sin embargo, de entre las cientos de personas que conocemos, sólo una puede ser  la elegida para formar un equipo frente al mundo. Alguien especial de quien nos enamoremos y nos lo de todo. Ese todo es una reminiscencia de la paz, el calor y la seguridad del vientre materno, al que ya nunca volveremos. Es también un anhelo de acaparar cuidados y obtener protección y amor incondicional, como la que obtenemos en las relaciones entre padres/madres e hij@s.

©nelyana DeviantArt
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En este todo se encuentra la llave del egoísmo, porque entraña una tremenda responsabilidad para un@ sol@; quizás por eso el amor romántico es permanente fuente de frustración. Nadie nos lo da todo porque la pareja no es ni debería ser la única fuente de emociones positivas. Nuestras redes sociales nos estimulan, nos enriquecen, nos hacen sentir que tenemos un lugar en el mundo. Por eso el aislamiento de la pareja, el pedir exclusividad a una persona, centrar todo nuestro tiempo y energía en un compañero o compañera que nos haga felices y nos acompañe en todo el camino y para siempre, es una quimera, especialmente hoy en día, que nadie está satisfecho con lo que tiene y el amor ideal se convierte en una búsqueda perpetua y una insatisfacción permanente.

Hombres y mujeres hemos sido enseñadas a establecer relaciones de dependencia mutua en el que dos egos son más que suficientes. Cada uno de esos egos con sus intereses personales, sus deseos, sus miedos y sus frustraciones. A menudo esos egos se relacionan desde el capricho o el temor a perder a la persona amada, de modo que resulta muy difícil la práctica del desapego y la generosidad, porque lo queremos todo y ya, y en exclusiva.

A las mujeres educadas en sistemas patriarcales como el nuestro, se nos ha enseñado a ser mimosas, a reclamar un trato delicado y especial por parte de nuestr@ compañer@, a exigir el rango de reinas, a pedir que se nos tape cuando tengamos frío, que se nos defienda ante otros hombres, que se nos proteja como a niñitas asustadas. A los hombres se les ha enseñado a ser protectores, pero también quieren compañeras incondicionales, comprensivas, que estén atentas a sus necesidades y deseos, que les cuiden cuando enferman, que les refuercen la autoestima cuando florecen sus inseguridades.

 “Si tú no vas a la cena de empresa de esta noche, anulo mi cita con mi ex novio”
 “Si no vas a la acampada de tu grupo de montaña, yo paso de la despedida de soltero de mi amigo”

Los celos, por ejemplo, son un claro síntoma del egoísmo del amor romántico. Nos ponemos celosos y celosas cuando nuestro objeto de amor desvía su foco de atención de nosotros a otra persona o actividad. Hay amantes que no solo tienen celos de una persona atractiva o deseable, sino también de la madre, el padre, los hijos, los amigos o las amigas de su amada. Hay amantes que no soportan las pasiones propias de su amado o amada, porque le quitan tiempo al celoso para disfrutar del amor. Por ejemplo, es muy común que la gente exija al otro que deje atrás sus hobbies (esquiar, ir al teatro, pintar, leer, viajar, aprender bailes del mundo…) cuando se unen en pareja. Al amado le puede parecer que ese acto de sacrificio es una prueba de amor, pero en realidad es otra forma de “cercar” al amado, de tenerlo para sí, de conseguir que su tiempo sea para nosotros, de lograr que se centre en nosotros en lugar de repartirse con generosidad.

En ocasiones no sólo se dejan los hobbies, sino también las pandillas, y se pasa a un modelo más individualista: tú y yo, y si acaso dos parejitas más como tú y yo. Porque solteros y solteras sólo provocan inquietud o desasosiego; son un elemento por el momento desclasificado, desemparejado, y a veces se interpreta su presencia en un evento social como un peligro para los emparejados, porque su unidad absoluta, su soledad, crea malestar en un mundo de pares. Entonces estas parejas acotan su terreno, limitan su vida social, y se lanzan a vivir la felicidad del dúo, a veces sostenida por el miedo a que esa unión se rompa por la mitad.

El egoísmo de la gente enamorada a veces asusta. Sobre todo la gente que está deseosa de darlo todo; porque normalmente se da todo para recibirlo todo, no para malgastar gratuitamente tiempo y energía. Es como una especie de inversión: te lo doy todo, me hago imprescindible para ti, y a ti no te queda más remedio que ser tan intenso y “generoso” como yo. Es la gente que te reprocha que lo hace todo por ti y tú no estás a la altura. Es la gente que quiere que te adaptes a su ritmo aunque tú lleves otro. Es la gente que te cuida para que se lo agradezcas, y para que correspondas. Si no sucede así, ya está el sentimiento de culpa judeocristiano para recordarte que no estás dando lo mismo que estás recibiendo.

El enamorado egoísta quiere que cambies una reunión de trabajo solo para que le demuestres lo importante que es para ti. Al enamorado egoísta le encanta que anules una cena con los amigos y que lo hagas por él/ella, le entusiasma que no acudas a un concierto que para ti es importante si a él/ella no le apetece mucho. El enamorado egoísta jamás te anima a que llames a ese amigo que hace mucho que no ves, ni aunque sepa que vas a disfrutar mucho. El egoísta considera que los mejores momentos de tu vida tienes que vivirlos con él, y no se hace a la idea que tu mundo afectivo sea rico y variado, y que esté compuesto por familia y gente a la que aprecias y es fundamental en tu vida. El egoísta quiere cubrir el puesto más alto de tu jerarquía emocional, quiere constreñir tu sexualidad con el contrato de fidelidad en la mano, quiere ocupar todo tu tiempo libre y limitar tu libertad de movimientos.

En los celos y en el egoísmo yo veo mucho miedo; nos aferramos de un modo tan enfermizo a la gente porque no queremos estar solos, porque necesitamos ser lo más importante para alguien, como si eso le diese algún sentido a la existencia humana, como si eso nos asegurase la eternidad. Ser especiales para alguien, serlo todoincluso después de la muerte; es un anhelo faraónico que nos lleva a imaginar al amado como el colmo de nuestras aspiraciones. En el proceso de fusión con la amada hay un deseo de inmortalidad, y en un plano más terrenal, de ser necesarios, significativos, útiles. Por eso compartir el afecto de alguien a quien amamos con toda su gente resulta poco menos que imposible para un amante posesivo, celoso y egoísta.

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El romanticismo está, inevitablemente, centrado en el yo; en el siglo XIX se ensalzó la subjetividad como modo de relacionarse con el mundo. Tanto en las artes y las ciencias, como en la vida cotidiana, el yo es la fuente de inspiración romántica, el lugar donde se crean los sueños,  allí donde se pretende confundir la realidad con el deseo. Los escritores y sus protagonistas son personajes excesivos que transforman imaginariamente su realidad porque no les gusta tal y como es. No soportan la soledad inherente al ser humano moderno, por eso tratan de mitigarla o anularla con la grandiosidad de la fusión erótica entre dos personas, elevándola a la categoría de la eternidad y lo sublime. Desde mi punto de vista, el prototipo del sujeto romántico es infantil, narcisista, sufridor, protagonista de la historia de su vidaY la posmodernidad ha heredado esa ñoñez hipersensible, caprichosa y vulnerable.

El romanticismo es egoísta porque siempre se parte desde el ego para crear o para pensar el mundo, porque este ego se alimenta de soñar con voluntades ajenas doblegadas por el amor, porque incurre en continuos procesos de victimización y autodestrucción heroica y grandilocuente que le hará un hueco en la Historia.

Por eso nuestra forma de amar actual, heredera de aquel movimiento decimonónico, está basada en la posesividad, en la apariencia por encima del ser, en el apego y el miedo, en la necesidad más que en la libertad. A menudo los enamorados más egoístas están enamorados del amor más que de las personas; por eso nunca encuentran su media naranja.
Porque el amor es en sí un mito y los amantes son personas de carne y hueso: la idealización de cualquier cosa, evento o persona conlleva, lógicamente, la decepción y el desencanto. Idealizar es, de algún modo, adornar a una persona con sus atributos magnificados por la distancia o por el deseo. Idealizar es admirar algo o alguien que no conocemos bien, pero que nos infunde respeto y fascinación a la vez, porque lo dotamos de un poder sobrenatural o de un brillo cegador.

Si los románticos son proclives a esta frustración  es porque la fusión entre dos personas no es nunca total; somos unidades, absolutos en sí; no seres imperfectos a la espera de ser completados. De modo que por mucho que tratemos de vivir el amor como una ola arrasadora en la que toda nuestra vida (trabajo, amigos, familia, y otras pasiones) queda sepultada, la realidad es que nadie puede, por sí solo, cubrir todas las necesidades afectivas de una persona.

También es desgarrador pensar que nadie puede eliminar de nuestra vida la soledad que nos acompaña de la cuna a la tumba; la realidad es que la gente no nos pertenece, sino que nos acompaña en el camino un tiempo. Nuestros padres se mueren, nosotros acompañamos un tiempo a nuestr@s hij@s. Por nuestra vida pasan amantes, amigos, conocidos, pero nos resistimos siempre a dejarles marchar. Cuando asumimos la pérdida nos entristecemos profundamente, pero esto se acentúa en el caso de las personas que están enamoradas; el amor no correspondido, decía Freud, es uno de los dolores emocionales y psíquicos más duros para el ser humano. La muerte y el desamor nos privan de las personas a las que amamos, y cuando se van no sólo dejan un vacío, sino que además,  hemos de recomponer toda nuestra estructura vital para poder sobrevivir, porque ésta se desploma si la hemos concebido para no vivirla en solitario.

Creo, además, que el romanticismo aumenta exageradamente nuestra sensación de soledad, precisamente porque deja su propia felicidad en manos del amado o la amada. Tremenda responsabilidad, ya que no podemos pedir que la misión de alguien en su vida sea tenernos continuamente distraídos para no pensar en nuestra soledad, en la muerte, en el dolor o el miedo. A menudo le pedimos a la pareja que nos rellene el vacío vital que nos acecha, pero nadie puede rellenar agujeros negros de ese tipo de manera total, porque absorben materia y energía infinitamente. Y porque una de las principales causas de adulterio y divorcio es, precisamente, el aburrimiento. El individual y el vivido en pareja: rutina y monotonía son nefastos para la pasión.


Conclusión

 
Lo mejor sería disfrutar de la gente sin miedo a perderla, y desterrar de nuestras vidas la necesidad, que es antierótica total. Es difícil, pero en pareja lo ideal sería tratar de ser felices cuando el otr@ sea feliz sin nosotr@s. Disfrutar cuando el otr@ disfrute, aunque no sea con nosotr@s.

Lo ideal sería aprender a llenar nuestro vacío con cosas nuevas; sin exigirle a nadie que lo llene. Aprender a disfrutar de la soledad, aceptarla como compañera de viaje. Aprender a repartir y compartir el amor de nuestra amada o amado con mucha más gente. Expandir el sentimiento amoroso, no constreñirlo y enfocarlo en un solo ser humano. Diversificar y ampliar nuestras redes de afecto y cariño, y cuidarlas para crear intercambios de cariño y ayuda mutua. Lo ideal, sería practicar, en definitiva, ese sentimiento gozoso que nos invade con la generosidad, uno de los pilares básicos de las relaciones humanas, y expandirlo al resto de la comunidad.

Pero al acabar de leer este párrafo seamos realistas, porque eso sería lo ideal…

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¿Qué pasaría si no hubiera Fiestas de fin de año?


En la medida en que se acerca el mes de diciembre, el mundo occidental, y sus colonias culturales, activan en la humanidad un desenfrenado deseo de compras-regalos-fiestas-estrenos… La TV, las radios, las iglesias, los jefes y empleados se desean mutuamente: “felices fiestas”… Se activa una atmósfera estridente de consumopatía que envuelve e invade a cristianos y no cristianos.
 
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¿Qué pasaría si no hubiera Fiestas de fin de año?
En los países enriquecidos, las y los comensales inundan los centros comerciales, tarjetas en mano, para pagar las compras de infinidad de productos nuevos que jamás utilizarán. Sí. Los días del año, ni la vida frenética, les da tiempo para utilizar todo lo comprado en estas fiestas. Por eso, cada cierto tiempo desocupan sus armarios y depósitos para deshacerse de objetos nuevos para reponerlos con ropa o aparatos de moda. Si no consumen así, caen en la depresión psicológica.
En los países empobrecidos se pintan igual o peores estampas. Gente que no tiene para comer en el año, malgasta, derrocha, su poco dinero en comprar todo lo que la Señora Televisión le ordena a consumir entre la última semana de diciembre y la primera semana de enero. En ese tiempo, las y los empobrecidos, ninguneados por el sistema, desean y se esfuerzan por “formar parte” de la ilusoria sociedad “desarrollada”, de donde proviene la mítica Navidad y Año Nuevo.
En esas dos o tres semanas de consumismo frenético, la economía de la industria y el comercio mundial vende cerca del 30% de todo lo que mueven en todo el año. Pero, de este porcentaje de compras, pasada las fiestas, se tira a la basura cerca del 70% de los productos. Recargando a la herida Madre Tierra con más contaminación y destrucción. La FAO dice que, en el mundo, cada año se tira a la basura el 30% del total de la comida existente, mientras millones de seres humanos mueren de hambre. ¿No es esto una enfermedad o un síndrome del hombre desarrollado?
¿Cuántos comensales son conscientes de lo que celebran en estas fiestas?
Lo más vergonzoso de nuestras espectaculares sociedades unidimensionales es que casi ningún comensal de estas fiestas sabe explicar del por qué de los míticos símbolos navideños que los estimulan. ¿Qué significa el árbol de pino, Papá Noel, las manzanas, o las luces? ¿Desde cuándo se arman los pesebres? ¿Por qué las imágenes de los miembros de la sagrada familia son de color blanco?…
La Navidad y el Año Nuevo son aportes del cristianismo al sistema-mundo-occidental. En el siglo XI, San Francisco de Asís, para motivar a la feligresía católica, armó el primer performance del nacimiento sagrado en el pórtico del templo de Asís, intentando reproducir la narración bíblica del nacimiento divino. Desde entonces, las familias católicas arman los nacimientos con imágenes que se asemejan físicamente a los europeos. Históricamente Jesús de Nazaret y sus parientes fueron de color trigueño/cobrizo (hebreos).
Lo de la fecha del 25 de diciembre, es fruto del esfuerzo de inculturación que el cristianismo realizó históricamente para anunciar y fijar los mensajes religiosos en el imaginario colectivo de sus creyentes. Es decir, montar fechas festivas y lugares sagrados cristianos sobre fechas y lugares precristianas (“paganas”) para que las y los nuevos conversos al cristianismo no sufriesen demasiado choque cultural. Ocurrió con laNavidad.
En  la Roma politeísta, el 25 de diciembre se recordaba el nacimiento de Apolo (Sol Invictus), una de sus divinidades. Germanos y escandinavos, el 26 de diciembre, celebraban el nacimiento de su divinidad Freyr (Señor del sol y de la lluvia). Sobre estas festividades se impuso (inculturó) la Navidad cristiana.
Además, los pueblos nórdicos, como los celtas, hacían, y aún realizan, ceremonias espirituales con fuego (luz) en el solsticio de invierno (21 de diciembre), pidiendo al astro (divinidad) sol para que vuelva a iluminar y calentar a la Tierra. Es el período más frío del año, y de mayor oscuridad. Casi toda la vegetación se marchita, menos el árbol de pino. De allí que el pino, en el imaginario doctrinal cristiano nórdico represente a la vida que se impone a la muerte. Por eso el mensaje central de la Navidad es: “Dios que nace en la oscuridad para traer vida al mundo”. En el hemisferio Sur, cósmicamente ocurre todo lo contrario.
Con las fiestas de Año Nuevo, ocurre otro tanto. Por ejemplo, las civilizaciones andinas celebramos el año nuevo el 21 de junio (Natalicio del Tata Inti, solsticio de invierno en el Sur). Los musulmanes celebran el Año Nuevo dependiendo del inicio de su calendario lunar (el 2014, celebraron el 25 de octubre). Según el calendario solar maya, el Año Nuevo, en el 2014, fue el 21 de febrero. Estas y otras fechas son y fueron celebraciones espirituales-familiares-comunitarios, sin derroche ecocida.
Pero, sobre los universales fijados por los imperios cristianos, ahora se impuso el imperio del dólar para anexar comercialmente a todo el planeta. Para este fin capitalizan la imaginación navideña de San Francisco de Asís. Activan y configuran en cada uno/a de nosotros la nostalgia del consumo familiar, creando nuevos y múltiples deseos como necesidades.
¿Qué pasaría si dejásemos de consumir y/o celebrar la Navidad y Año Nuevo? ¿Se enfadaría el Niño Dios navideño, insensible ante tanta opulencia y derroche de unos pocos (en su nombre) y la inanición de millones? ¿Por qué será que el cristianismo no libera de la responsabilidad a su divinidad separando o suprimiendo estas fechas festivas que evidencian la mayor impotencia o complicidad de su Creador?
*Ollantay Itzamná, indígena quechua. Acompaña a las organizaciones indígenas y sociales en la zona maya. Conoció el castellano a los diez años, cuando conoció la escuela, la carretera, la rueda, etc. Escribe desde hace 10 años no por dinero, sino a cambio de que sus reflexiones que son los aportes de muchos y muchas sin derecho a escribir “Solo nos dejen decir nuestra verdad”
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lunes, 12 de enero de 2015

Sabidurías de otras culturas para aprender a vivir el presente

Por Noemí Villaverde Maza

La vida amazónica sabe vivir y disfrutar del presente aún viviendo al filo de la supervivencia. Filosofías orientales como el taoísmo o el budismo zen también adoctrinan sobre la impermanencia propia de la vida, en la que nada es duradero, estable e inherente, y nos recuerdan la importancia de sobrellevar esta vacuidad a través de la educación de la mente y el desprendimiento. Otras muchas culturas, y la nuestra propia en el pasado, nos advierten que en realidad, el tiempo medido y calculado por una esfera o un calendario no existe, y que el tiempo vital es saber disfrutar de las experiencias y los hitos de la vida del presente. En realidad, arraigar nuestras vidas al pasado y al futuro significa arraigarnos a un sueño que no es real. Lo idóneo es pensar, como dicen lo amazónicos, que nadie muere en su víspera.
 
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Sabidurías de otras culturas para aprender a vivir el presente
“Voy a resaltar algo de lo que he aprendido en mis 26 años de trabajo en la selva amazónica”- cuenta José Álvarez Alonso biólogo e investigador de laAmazonía Peruana-: “Venido de una cultura en la que el futuro es casi más importante que elpresente, donde tanta gente vive obsesionada por acumular más y más cosas sin pararse a pensar demasiado para qué y a costa de qué; donde muchos viven obsesionados con el pasado y traumatizados por los riesgos y las incertidumbres del futuro; donde con frecuencia el otro es un competidor más que un hermano o un amigo; (…) puedo decir que he aprendido de los indígenas amazónicos algunas de las más grandes lecciones de mi vida.
Entre otras muchas cosas, que llenarían libros, he aprendido a relativizar mis occidentales obsesiones,preocupaciones y angustias, he aprendido a ver la vida desde una perspectiva más humana, sencilla, natural, a disfrutar mucho más de las relaciones humanas, de la familia, de la amistad sincera, de los pequeños momentos y las pequeñas cosas que hacen de la vida una gratificante experiencia en vez de un vía crucis de sufrimiento, como alguna vez quiso enseñarnos un cristianismo deformado por el oscurantismo europeo.
Como buen occidental heredero de la cultura del ahorro y el esfuerzo individual para “superarse” y “labrarse” un próspero futuro y una vejez tranquila y confortable, (…) me llegué a sentir culpable de preocuparme de un futuro para mí incierto mientras veía a mi lado gentes felices sin ninguna seguridad en su futuro;(…) que sabían que para su vejez no tendrían más seguro que la bondad o generosidad de sus hijos o vecinos, para ayudarles con un plato de comida o reparando el techo de sus destartaladas viviendas.” [1]
La Amazonía no es el único rincón del mundo que sabe vivir el presente. Las enseñanzas orientalestambién se sorprenden de lo que ellos llaman nuestra “pereza occidental” o “hacer la limpieza de la casa en sueños”. Llaman así a la generalizada vida occidental, en la que la única finalidad parece ser rodearnos de más y más bienes, y trabajar para conservarlo todo tan seguro y a salvo como sea posible, a causa del miedo e incertidumbre constante sobre el futuro. Como si pudiésemos elegir el futuro, como anuncian en la película “Trainspotting”, “Elige tu futuro. Elige la vida.”
Aunque creamos que podemos elegir, organizar y gestionar nuestra vida con un riguroso plan establecido y anteriormente prefijado (estudiar, buscar trabajo, casarnos, tener hijos, mantener el hogar y a la familia, y jubilarnos), todo esto no es real. Es “hacer la limpieza de la casa en sueños”. La realidad es que a lo largo de la vida, lo sabemos, ocurren calamidades que nos abofetean duramente, y sentimos que el mundo se nos cae encima. Entonces, rebuscamos en el pasado preguntándonos que es lo que se torció. Las sabiduríasorientales, en cambio, saben que nada se ha torcido, que la vida es la retorcida, que esta impermanencia es lo único seguro. Que todo cambia, como cantaba Mercedes Sosa.
Nos dicen que nada es duradero, estable e inherente; y por eso nada es independiente, sino interdependiente con todas las demás cosas. Es lo que de sobra saben los amazónicos, que no tienen más seguro de vejez que la “bondad o generosidad de sus hijos o vecinos”
El maestro Sogyal Rimpoché nos demuestra, con un sencillo ejercicio, que “aunque se nos ha hecho creer que si dejamos de aferramos acabaremos sin nada, la propia vida demuestra una y otra vez lo contrario: el desprendimiento (no solo material, sino también mental) es el camino que lleva a la auténtica libertad.”
“Vamos a hacer un experimento. Coja una moneda. Imagínese que representa el objeto al que usted se aferra. Enciérrela en el puño bien apretado y extienda el brazo con la palma de la mano hacia el suelo. Si ahora abre el puño o afloja su presa, perderá aquello a lo que se aferra. Por eso está apretando.
Pero hay otra posibilidad: puede desprenderse y aun así conservarla. Con el brazo todavía extendido, vuelva la mano hacia arriba de forma que la palma quede hacia el cielo. Abra la mano y la moneda seguirá reposando sobre la palma abierta. Ha dejado de aferrarse. Y la moneda sigue siendo suya, aun con todo ese espacio que la rodea.” [2]
Paradójicamente, el verdadero trabajo duro para nosotros es enfrentarnos ante esta libertad, ante la vacuidad, la soledad, el silencio, la quietud, la meditación, el apagón y el parón. Es decir, la reflexión o mirar “hacia adentro”, el mejor recurso que tenemos ante esta impermanencia. Nuestra cultura es tan agitada y tan dedicada a la distracción, que todas estas cosas nos recuerdan al vértigo que podemos sentir como cuando somos arrojados por la escotilla de una nave espacial para flotar eternamente en un vacío oscuro y helado.
El yoga, lo conocemos bien, y parece que es una de las prácticas que se ha puesto de moda. En nuestro día a día estresado creemos que bien merece una pequeña parte del tiempo para dedicarla a hacer posturas complejísimas escuchando New Age de fondo. Aunque incrustar esa actividad en nuestra apretada agenda signifique más estrés. Pero no nos confundamos, el yoga consiste en vaciar la mente para que aparezca la naturaleza profunda de la mente, sin pensamientos banales del pasado ni del futuro, como cuando un estanque está tranquilo y se ve el fondo. Y hay muchas maneras de conseguirlo: danzando como los derviches o como los negros de Bahía con su candomblé, o en la discoteca, escuchando el mar o la canción que nos gusta, mirando las estrellas en una noche serena, observando un amanecer o con un orgasmo.
El problema es que no tenemos tiempo para disfrutar de estas cosas. “La mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque usan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de usar su corazón para disfrutar de las cosas” dice la taoísta Lin-an. No vivimos la vida, sino que la vida nos vive. Pero las cosas delpresente, las cotidianas, pueden tener un sentido infinitamente más profundo del que nosotros le concedemos.
“Copos de nieve,
cayendo suavemente:
cada uno en su sitio.” dice un koan zen.
Gracias al zen, que educa para estar plenamente en lo que se hace, en el ahora, se consigue concentración y habilidad.
- Maestro, ¿qué haces tú para estar en el camino verdadero?
- Cuando tengo hambre, como; cuando tengo sueño, duermo.
- Pero esas cosas las hace todo el mundo.
- No es cierto. Cuando los demás comen piensan en mil cosas a la vez.
Cuando duermen, sueñan con mil cosas a la vez. Por eso yo me diferencio de los demás. [3]
Hay muchas culturas que no tienen tiempo. Y no es que tengan esa prisa voraz del presente que tenemos nosotros, sino que no entienden el concepto occidental de “tiempo” que fluye independientemente de los eventos, un tiempo que se puede calcular y medir por algo como una esfera de un reloj o un calendario. “El tiempo no es oro. El oro no vale nada. El tiempo es vida” afirmaba el economista y humanista Jose Luis Sampedro. Así, no es de extrañar que los Amondawa de la Amazonía no tengan una palabra puntual para “tiempo” ni para ninguna subdivisión arbitraria como mes o año. Para ellos no tiene ningún sentido la idea de “trabajar toda la noche” porque lo que importa es el fruto de ese trabajo y no el intervalo empleado. Tampoco miden su edad en años, sino que se refieren a los distintos hitos de su vida y las distintas posiciones que van ocupando dentro de la tribu, a través de los ritos de paso, conforme pasa el tiempo y adquieren nuevas responsabilidades.
Para los nuer y los nandi, el tiempo sólo toma como referencia las labores y actividades más necesarias en su cultura, en este caso la ganadería y los ciclos naturales. Al igual que en muchos de nuestros pueblos. Uno de los últimos habitantes de un pequeño pueblo “abandonado” de España llamado Escartín, en los Pirineos, contaba: “Para mi todos los días eran distintos, aunque las tareas se repitieran cíclicamente cada año. El cielo que nos cubría variaba de un día para otro. El paisaje variaba a diario, sólo las siluetas de los montes permanecía constante.” [4]
En realidad, aunque los occidentales nos las demos de racionales, al dirigir tanto nuestras vidas y nuestra mente hacia el pasado y el futuro, utilizamos las mismas áreas cerebrales: las áreas de la imaginación. “Recordar” significa “volver a pasar por el corazón”, no por el microscopio. Quizás por eso, los inuit de Baffin utilizan la misma palabra, “uvaitiarru”, para referirse al pasado y al futuro, porque es igualmente algo lejano y mítico, parte de la imaginación. Las tribus aborígenes de Australia designan el pasado como un “Sueño”: es el tiempo de lo insólito o maravilloso, en que “lo extraordinario era la regla”.
South Sudan, Juba, Feb’14. Oxfam East Africa
Si hay algo que nos distingue de los demás animales es nuestra capacidad de soñar (como el Sueño de los aborígenes, o nuestra limpieza de la casa en sueños). No sólo imaginamos historias para fantasear y resaltar nuestra identidad, sino también para prevenir. Todos los pueblos tienen sus propios mitos, y nosotros no somos menos. Uno de ellos, el de Cronos (Saturno) devorando a su hijo, el dios del Tiempo que devoraba y consumía los años los días y la horas en el pasar inevitable del Tiempo. En esas condiciones, donde también, al igual que el tiempo mítico de los aborígenes, “lo extraordinario era la regla”, era imposible cualquier tipo de vida política humana, es decir, la verdadera política: sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. Zeus lo derrotó, y ya no era el dueño de todo. Los hombres pudieron levantar palacios y templos, dialogar y legislar a favor del tiempo. Y así apareció Kairós, el “momento adecuado para hacer algo”. Por eso, Kairós tiene alas, porque su mente está educada, rápida y volátil; y porta una balanza desequilibrada, porque el equilibrio no es una de sus mejores virtudes, al igual que tampoco lo es del tiempo, al igual que tampoco de la vida. La que, recordemos, es impermanente.
“Es inútil perseguir el mundo, nadie lo va a atrapar” dicen los bereberes de Cabilia. Y llaman al reloj ese “molino del diablo” que causa el indecoroso hábito de la prisa.
“Cuando me obsesiono un poco con mi trabajo y me tienta el estrés, me acuerdo de esa frase tan amazónica de “mañana también es día!” – continua el biólogo José Álvarez Alonso en su relato.
“Cuando me siento inclinado a deprimirme o a sentirme desgraciado por un problema familiar o personal particularmente grave, pienso en esa otra de “nadie muere en su víspera”.
O cuando tiendo a obsesionarme un poco por lo que será de mi vejez, sin un retiro confortable y “honroso” como cualquier occidental aspira, no puedo de dejar de pensar en mis amigos amazónicos, felices en su digna pobrezay con sus múltiples problemas, y me siento algo culpable por mis ridículas preocupaciones.
Y siento una sana envidia, porque su capacidad de vivir y disfrutar el presente no está, ni envenenada por el pasado, ni hipotecada por el futuro.”
Portada: Meditation Road, Nickolai Kashirin
Bibliografía.
[1] Eede, Joanna. “Somos uno”
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Revista Mito